Gente feliz.

Hoy me siento a tu lado, cada vez más y te quiero a mi lado,
cada vez más, tus sentimientos me impulsan a vivir mejor, el mal tiempo ya no importa, contigo es mejor,
cuando el silencio aprieta mis sentidos y no hay escape, no hay salida, te abrazo, tomo tu mano, para seguir caminando rumbo a lo desconocido con temor, pero contigo, así es mejor, cada vez más.

POR ESO TE DIGO,

Si no te gusta lo que digo, si no te gusta lo que hago si no te gusta lo que digo ni mis amigos tapate los oídos. Andate!

(La Nadiné)

29 noviembre 2009


Me miró fijamente a los ojos y me dijo: “Creo que me estoy enamorando”. “¿De quién?”, le pregunté. “De un tipo al que miro mucho fijamente a los ojos”, me respondió. “¿Y quién es ese tipo si se puede saber?”, le pregunté. Ella esbozó una sonrisa, negó con la cabeza y me dijo: “No vale la pena decírtelo, si él no quiere darse cuenta no importa”. “Ok”, le dije.

Me besó en la boca espontáneamente, me miró fijamente - sus cachetes estaban rojos, sus ojos negros brillaban-, me agarró una mano apretándola fuertemente y esperó a que le dijera algo; no le dije nada. Luego se quitó el pelo de la cara acomodándoselo detrás de la oreja, dio media vuelta y se marchó. La vi marcharse hasta que se perdió de vista. Pensé: “Las mujeres están locas”.

Una amiga de ella vino a hacerme la visita. Salimos a caminar, tomamos cerveza y me contó lo mucho que su amiga estaba sufriendo por un amor que parecía imposible. Que su amiga estaba enamorada de un tipo que al parecer no entendía ninguna señal. Le pregunté por qué su amiga me había dejado de hablar y por qué no me contaba ella misma lo que le estaba pasando. La amiga de ella me respondió irónicamente: “Hombres, no entienden un carajo”. “¿Qué no entendemos?”, le pregunté. La amiga de ella simplemente negó con la cabeza y se marchó.

Tiempo después yo estaba entre un tumulto de gente que salía de misa en la Terminal de buses de Belencito cuando, al pasar yo por un grupo de mujeres, un dedo índice femenino me frotó el hombro. Miré hacia atrás y vi, entre el grupo de mujeres, a una de las mujeres más hermosas que he visto en toda mi vida. Ella tenía los brazos cruzados, el dedo índice de la mano derecha levantado, su pelo negro despeinado por el viento y miraba de soslayo con sus ojos rasgados hacia una de las luces del lugar. Le pregunté: “¿Nos conocemos?”. Ella me miró fijamente y me dijo: “Nadie sabe lo que se pierde hasta que se lo pierde”. “¿Perdón?”, le pregunté. “Eres un caso perdido”, me respondió.

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